Aflicción y alegría en los dolores de parto
(Jn 16:20-23a)
Una creencia muy extendida en la época de Jesús era que el último tiempo estaría precedido por un exceso de tribulación y violencia.
La alegría de la edad de oro venidera sería anunciada por un periodo de pruebas sin precedentes.
La imagen de la mujer dando a luz expresaba el sentido de la historia intensamente dolorosa en el cambio de los tiempos.
Tiempos que no se esperaban excesivamente largos, compensados por una liberación que provocaría el regocijo.
El espíritu de autosuficiencia y seguridad fingida del mundo circundante [incluso de la casta religiosa, preocupada por salvaguardarse a sí misma] conduciría a los miembros de la Iglesia a una soledad aterradora.
Los creyentes contradecían la forma "piadosa" e imperial de ver la vida, basada en una falsa seguridad y en un espíritu de afirmación.
El momento histórico parecía invadido por la tristeza y al mismo tiempo por una inefable y radical expectación, que paradójicamente surgía de la misma causa de persecución.
La exclusión producía una sensación de desánimo, pero también era un resorte que desencadenaba miradas incisivas, y acción, para una realización inversa: en la experiencia viva de la Presencia divina.
El distanciamiento social desencadenó una situación de Libertad: se convirtió en un Don inesperado, fructífero y tangible.
Todo se mostró útil para reconciliar la multiplicidad de rostros con la propia historia dispersa, los hermanos y hermanas, el futuro de Dios.
Se acabaron los malentendidos.
A la luz de la experiencia real de la Visión-Fe operante, incluso en el malestar no habría preguntas que plantear: sólo respuestas.
El misterio de la existencia de cada persona se aclaró elocuentemente, sin más preguntas dispersas: más bien, con guías interiores.
En la figura de Jesús "saludando" a los suyos, Jn introduce el Don del Paráclito. Espíritu portador de la alegría de la Presencia [silenciosa] del Maestro.
Todavía "en medio": Él estaba haciendo realidad el nuevo mundo.
Las frecuentes alusiones al sufrimiento interior en el texto describen la realidad de las comunidades joánicas de finales del siglo I en Asia Menor, atormentadas por las defecciones.
La opresión bajo Domiciano iba en aumento, y muchos hermanos de la comunidad estaban impacientes: necesitaban una clave profunda de interpretación, y perspectiva.
No lo habrían conseguido solos, partiendo de sí mismos.
Jn pretende sostener los dolores de los creyentes y evitar la huida, animando a todos a ver en las persecuciones un mecanismo generador de nueva vida [dolores de parto: v.21].
Sólo así, el que tenía la muerte ante sus ojos no temería continuar en su franqueza de testigo: debía tener una Esperanza fuerte.
Sobre tal rayo de luz y siguiendo la estela de Dios en la historia, paso a paso todo se fue aclarando.
En la vida de la mujer y el hombre de la Fe, la melancolía y la alegría iban de la mano; de hecho, fueron las pruebas absolutas y lacerantes las que desencadenaron el flujo de la vida.
La muerte de Cristo y de su pueblo hizo posible un nuevo nacimiento de la humanidad.
Misterio de la vida, de las tribulaciones y de ser plenamente nuevas criaturas, "de génesis en génesis".
Fueron precisamente los dolores de parto los que produjeron en los hijos de Dios la alegría de una Presencia redescubierta, en el largo tiempo de la evangelización, siempre en peligro de extraviarse y en la tentación de ceder.
Hay que recordar este ritmo: tristeza de la despedida y corazón nuevo, alegría y tristeza...
Sinergia paradójica que puede hacer crecer nuestra cautivadora unión con el Resucitado, reconocido Señor personal.
[Viernes, 6ª semana de Pascua, 10 de mayo de 2024]