El eco de los malentendidos
(Jn 16,29-33)
En Juan, las declaraciones del Señor siempre tienen una resonancia de malentendido entre los oyentes.
Tras el anuncio de la "ascensión" de Jesús al Padre, aquí parece en cambio que los discípulos -al menos un poco- le comprenden.
Pronto le traicionarán; pero esto no significa que no hayan adivinado nada.
La Iglesia postpascual experimenta la dialéctica de la Fe: la aclara, la profundiza con el tiempo y, paso a paso, la acepta.
La Vida de lo Eterno se hace presente, se hace más consciente. La Visión de la Fe capta y anticipa el futuro.
Los apóstoles "comprenden" y "creen", o al menos empiezan a hacerlo. Pero siguen tan atados a las pruebas externas. De ahí la fatiga del camino de la comprensión, y la desconfianza en Cristo [que nos conoce].
La nuestra es siempre una convicción parcial, pero los abandonos, las vacilaciones, las traiciones, no tienen el poder de debilitar la relación del Hijo con el Padre y la suya propia.
Dios no puede ser vencido. Él es el único apoyo: mucho más fiable que nuestro conocimiento, certeza, débil confianza.
La incomprensión no es un obstáculo para la relación de Fe, al contrario, si se trae a la conciencia permite que emerja el Oro; suscita un estallido, activa la perspicacia íntima, una implicación convencida.
Surge la "Paz en Él" (v. 33), propia de quien está atribulado. Shalôm eso no es quietismo, ni tregua.
La victoria de la vida sobre los gérmenes de la muerte sólo puede comprenderse en las pruebas, en las que emerge lo que somos [en el ser y en el actuar].
La estabilidad de existir en el Espíritu de Jesús no descansa en la falta de escapismo, sino en el auténtico y único fundamento divino, por tanto polifacético, tolerante con las olas de la vida.
El texto nos permite tomar la medida de nuestros malentendidos, de nuestros propios rechazos a los llamamientos rotundos que hace la Providencia.
Los numerosos recordatorios dan inmediatamente la medida fructífera de la condición precaria, e insinúan que ni siquiera el eventual "Aquí estoy" se corresponde con una progresión.
Las conspicuas negaciones dejan claro que el "Sí" está constantemente en su fase germinal.
En resumen, la confianza espiritual firme no es presuntuosa, sino incipiente. Ni superficial. Es poderoso en su impotencia.
La verificación de la creencia no es sólo la aceptación de la Cruz -aunque improbable-, sino su condición silenciosa y fructífera de lo inesperado. Penetración de la realidad, que vence al mundo (v.33).
Jesús desilusionó la creencia entusiasta de los suyos: sabe que anuncia huidas vergonzosas o el inmovilismo más degradante.
Pero en las dificultades, nadie está solo. Cada prueba es una oportunidad para la reflexión, llena de impulso y crecimiento misterioso.
La fe no es una certeza audaz: si es auténtica, se cuestiona paso a paso.
No hay momento en el que se superen los problemas.
Y sólo con el Don del Espíritu se puede aceptar que el Plan del Padre y la Obra del Hijo se cumplan en la pérdida.
Los terciopelos son ilusorios.
Sólo se conoce al Padre de la vida, al Cielo en nosotros, recorriendo el camino de la Liberación incesante: pues la comprensión cruda y plena del Altísimo está siempre muy lejos.
[Lunes, 7ª semana de Pascua, 13 de mayo de 2024]